LENGUAS MORDIDAS

La mía se la comió el gato, ¿y la tuya?

26/3/09

De hasta ya veremos

Estos días suena Iturralde con insistencia, me pongo pesadita cuando tengo un nuevo disco que me gusta. Leo a Stegner y su En lugar seguro. Un libro en el que aparecen palabras como decencia, virtud o conocimiento; parecen nuevas de poco oídas en estos tiempos nuestros. También amistad, una amistad a lo largo de los años en la América de entre guerras. Sea como sea también me tiene embebida.

Guardo unos cuantos escritos en remojo, dejándolos secar al sol, por ver si se curten bien y aguantan el paso de los días. M. va ilustrando los que ya recogí de las cuerdas y a mi vez yo pongo palabras en algunas de sus imágenes. Proyectos que podrían parecer literarios de no ser porque me encuentro de nuevo con la amistad de la mano. A veces pienso que no deja de ser una forma más de entretener a la vida con nuestros juegos: mi cuarto de juegos siempre fueron las palabras, el suyo las imágenes. Así desde que teníamos 15 años y toda una existencia por delante entre las dos. Se ve que hay cosas que no cambian o que no nos apetece cambiar. Me pregunto, si funcionan… ¿para qué hacerlo?

El ovillo, alegre y dulce, sigue tejiéndose en calma, los días transcurren soleados con viajes a la vista y el caos, de momento, se mantiene quieto, sin aullar.

Y me parece que es tiempo de poner una pausa a mi andadura en esto de los blogs. No sé si se trata de una despedida, un hasta luego o sólo un cambio de página. El tiempo lo dirá, como suele avisar de casi todo.
Y aunque siga rezongando contra el siempre y el nunca como es costumbre en mí -los absolutos casi nunca expresan la realidad- creo que por ésta vez un hasta siempre o un hasta ya veremos bastará…



10/3/09

De paseo

Amor mío, amor mío,
el tiempo de Al Capone ya ha llegado,
es otoño y martes,
y cotiza en bolsa el miedo.


Y alguien está haciendo
un estruendo terrible con la muerte,
golpeando entre sí los esqueletos.


Julia Otxoa



Fue por la mañana, un sábado. Las manos y los pies desproporcionados de Rodin paseaban -no, éramos nosotros quienes paseábamos a su alrededor- camino arriba por el Paseo del Prado. Los árboles se veían más verdes -engalanados, dirías, puntualizando mi caótico lenguaje- por la luz del sol que durante semanas se nos había ocultado, jugando al tris-tras con la nieve y el viento. Bien, los árboles se veían felices, las manos y los pies de Rodin también se veían contentos –sentí el mismo impulso de siempre, tocar, pasando la mano suavemente sobre la dura superficie de la escultura, cerciorarse de su tacto. O del mío a su contacto; pero suele haber señores con mostacho y canana que miran de forma esquinada. Mejor no lo hagas, sé lo que estás pensando, te dicen con esa mirada- y casi todo parecía en su sitio.

Casi. Siempre hay un casi pero es algo que no podemos evitar. Debe ser la naturaleza del caos. Como tu lenguaje, me dirías de nuevo.

Y para no habituarnos en exceso al destello de la luz -no conviene- nos metimos en la exposición de las Sombras. Comprobamos que la sombra no logró su razón de ser hasta el SXX, son intencionalidades más contemporáneas o eso debieron pensar nuestros antepasados pintores. Así que la exposición adquirió su fuerza y belleza en la galería de las Descalzas, no en el Thyssen. Eso nos pareció. Y además la primera es gratuita…

Allí conocí los cuadros de Felix Nussbaum, de Rockwell Kent. Lo siniestro agazapado bajo la apariencia de un tranquilo orden. Los inicios del S. XX se parecen a los inicios de este siglo nuestro, pensé.

Y comprobé, de nuevo, que el saco de lo que desconozco está cada vez más lleno, comparado con ese otro de aquello que sí conozco. A veces es desesperante. Pero es entretenido jugar a igualarlos, eso sí.




* de Rockwell Kent

5/3/09

Otra de gruñidos

Como os dije en el anterior post -y una nunca puede estar segura de si pareció una amenaza; suele serlo el arrogarse un interés que tal vez no tengáis. Pero así es este mundo de los blogs y no lo inventé yo, palabra- me apetecía hablar de otra impostura.

No es que los Oscar tengan categoría de imprescindibles en mis gustos pero sin duda son el hada madrina que convierte cualquier película en un éxito de taquilla. Sin obviar las críticas tan obtusas que he leído en los últimos días acerca de ella y que me han dejado pasmada. El mercadeo manda pero yo suelo olvidarlo con facilidad. Y olvido aún más el entusiasmo al que puede conducir si uno se queda en la superficie de un mensaje y un mal hacer.

Slumdog Millionaire resulta un fraude desde cualquier punto de vista. Y lo es por la credibilidad, la nula credibilidad, que ofrece su historia. No basta decir, al menos a mí no deja de parecerme un argumento sin sentido, que narrar un cuento de hadas es precisamente eso, jugar con la fantasía y la posibilidad de lo irreal. Pero incluso para contar una historia irreal es necesario contarla bien, que no fuerce el engranaje, y ahí es donde entran mis problemas. Al menos si hablamos de cine para adultos -¿y eso qué es?- y pretendemos que no nos tomen el pelo con bellas imágenes y una realidad que a fuerza de terrible conmueve las fibras más sensibles. Y todos las tenemos.

El hecho de que un niño de las chabolas, analfabeto y sin ninguna posibilidad de cambiar su mundo, gane el premio de un concurso cultural (el primer crujido: las preguntas. En ese tipo de concursos aumentan su complejidad en relación al dinero a recibir y la última pregunta, con la que el protagonista ganaría 20 millones de rupias es de libro, para partirse de risa por su facilidad; ¡sin olvidar que las respuestas que da el protagonista a las mismas, se producen de forma cronológica relacionada a los hechos de su vida! Qué tino tiene el destino, amén) y termine encontrando a la princesa de sus sueños, en una ciudad con miles de millones de habitantes, entre idas y venidas de malos, malotes e injusticia social, me hace preguntar cómo semejante guión se pudo colar en una productora si no es a golpe de talón y una calculada operación de marketing. La misma operación que supone el desembarco de las producciones de Hollywood en un país llamado La India. Y la única explicación posible para el aplauso que el gobierno hindú ha tenido hacia la película, a pesar de aparecer en ella un cuerpo de seguridad del Estado habituado a la detención ilegal y las torturas o la infamia que supone para un gobierno exponer así la situación de una población infantil como la narrada. Ni una queja, qué complacientes.

La misma complacencia, imagino, que esperan de nosotros para digerir el resto de incoherencias en la historia. Otro ejemplo: al final de la película el protagonista dice ser analfabeto, algo que ya intuíamos viendo su biografía, y en una de las escenas aparece buscando un número de teléfono móvil en un ordenador, con destreza y rapidez sorprendente. No sólo le vemos buscando, es que lo encuentra. Lo dicho, el destino y su sino nos vuelve a dejar de piedra. Qué capacidad y yo sin ser consciente de él.

Y a pesar de todo lo contado: de una historia mal narrada y tramposa, de un montaje calculado como una operación económica y política para los tejemanejes de Hollywood, de sentir que me toman el pelo como espectadora y como, se me supone, ser pensante y sensible… a pesar de todo esto y el consiguiente cabreo que provoca en mí, no puedo evitar pensar que lo peor, lo más indigno, no deja de ser que tras ver unas imágenes que levantan la piel -la injusticia, la tristeza, la miseria moral y económica- se apagan las luces y todos felices y calmados a casa, a nuestros quehaceres, porque el don nadie pobre y vapuleado por la vida, una vida más propia de una rata que de un ser humano, puede hacer reales sus sueños.

Y el héroe siempre triunfa y la gloria está ahí y el destino está escrito, amén.

Cuando las únicas opciones comprensibles en su vida, de animal acorralado y de sobrevivir a su infancia, serían la de convertirse en un mal nacido rabioso o darse a la lucha armada. Aunque también le quedaba la de participar en una película y que a su final le paguen un sueldo irrisorio y le saquen de las calles tras pasearle por una alfombra roja. Con esa, imagino que no contaba.

Otra impostura, tan indecente.


2/3/09

Imposturas y gruñidos

La casualidad ha querido que se juntaran en el tiempo, mi tiempo, dos imposturas actuales, dos formas de verlas y expresarlas. Ellos lo expresan, la visión de impostura la pongo yo, muy dada a buscarlas y encontrarlas, paranoica que es una.

El viernes pasado terminé el libro de Amelié Nothomb, Biografía del hambre. Me lo regalo I. y suelo leer con interés sus recomendaciones, en su descargo diré que él no lo había leído previamente, se trató de uno de nuestros regalos a la aventura, lo que me permite no tirárselo a la cara y seguir respetando su criterio. Menos mal, le quiero un montón. Durante algún tiempo venía leyendo elogios hacia la obra de esta belga afincada en Francia pero nunca me decidí a leer ningún libro suyo, tal vez por eso, el exceso del elogio siempre escama mi nariz literaria. Y ayer leí en el País semanal una entrevista suya, que consiguió carcajearme del todo. Tampoco es tan extraño, su obra se publica en Anagrama y el Grupo Prisa tiene poco empacho en colarnos sus “descubrimientos” a tornillo, basta con leerse su cultural para saber de qué hablo.

En esta entrevista hablaban de un estilo directo, provocador, nihilista con unos contenidos que expresan, no, el término que utilizaba el entrevistador era radiografían, nuestros tiempos. Si es así, apaga y vámonos, nuestros tiempos entonces están peor de lo que yo pensaba, y ya lo pensaba mucho. La comparan con Houellebecq y me da otra vez la risa, donde este escritor pone el dedo y la llaga, esta señora pone el dedo, un dedo francamente onanista, eso sí, y no existe llaga, salvo la suya, que aún me pregunto de dónde proviene y adónde va. Terminé el libro de esta misma forma: preguntándome hacia dónde quería dirigirse la autora y vive dios que ni por asomo lo intuí. Su estilo más que directo es ramplón, de provocador tiene poco, que no sea el ponerte de mala leche al comprobar que las perplejidades de una mocosa contadas por una adulta no dejan de ser igual de infantiles si se enmascaran bajo una supuesta intelectualidad. La pobre niña sufre como una condenada hasta el extremo de caer en una anorexia profunda (en la última década no existe escritora que se precie y con éxito editorial, que previamente no haya caído en la enfermedad y no nos cuente su terrible drama alimenticio de una forma u otra; que no aparezca pizpireta y con aspecto adolescente en la portada de su libro, a pesar de superar los treinta o los cuarenta) y el caso es que por más que intentas no logras alcanzar las razones o causa de su sufrimiento por ninguna parte. Vale, puedo entender que la hija de un diplomático, moviéndose de un lugar a otro, sin carencias económicas o afectivas, allí donde los nativos del lugar se mueren de hambre y penalidades, sin mostrar ni ápice de compasión hacia ellos o hacia cualquier hecho ajeno a su mundo de princesa destronada, debe desgastar mucho pero no veo la razón para contarlo y no morirse de vergüenza al hacerlo. Me enseñaron, mal imagino, pero me enseñaron, que cuando lo que vas a contar puede resultar hiriente o estúpido es mejor callarse, no hacer alarde de ello. Se ve que los padres diplomáticos no practican esa enseñanza y tal vez de ahí venga su sufrimiento, es posible.
En fin, el libro es tan poco verosímil -a pesar de su carácter autobiográfico, o eso nos venden- vacuo e infantil que me pregunto cómo ha podido convertirse en una autora de éxito alguien con tan poco que contar y cómo una expresión tan vacía haya podido convertirse en el significado de nuestro tiempo. En el signo sí, es el signo de nuestro tiempo. Ahí de acuerdo, tanto como confundir lo uno con lo otro.

Con hambre me he quedado yo, con hambre de una buena novela. No todo está perdido, de algo sirvió.

La siguiente impostura irá en el próximo post, no quiero aburriros. Acerca de la película Slumdog millionaire o como convertir en cuento de hadas la más terrible realidad y todos tan contentos.

Nada que ver:
Ha muerto Pepe Rubianes. Que sus átomos sigan declamando desde las ramas de cualquier árbol. Ojalá.


19/2/09

Vuelos

-Hola, vengo a quedarme, te dije. Y un siglo tampoco pide mucho para sí, basta verlo transcurrir. Soy de poco comer y mucho sentir, no te saldré cara.

-Perdón, ¿es aquí donde se quiere? Me dices. Y miras tiznando mis manos. Abro la puerta y el tizne queda en el picaporte. Sobre este papel también.

Me cuentas que las grullas han iniciado su camino al Norte, ayer mismo. Y en breve, tal vez mañana, puede que hoy, las golondrinas vendrán del Sur. Vaya trasiego, pienso yo, bártulos de un lado a otro con el único ánimo, natural, de que la primavera empiece a desenredarse el pelo. Sólo nos quedará cazar polillas para alimentar a cada pájaro suelto, revoloteando por la habitación, sin dejarlos parar para que no se posen sobre los cuadros, arañando los marcos.

Pero los pájaros tienen mala prensa, traen el presagio del miedo, hay quien dice. Una tontería como otra cualquiera, existen demasiadas, todo el mundo sabe, debería saber, que el presagio del miedo es una corriente de aire frío llevando de la mano una pesadilla.

Por eso yo sigo tus espaldas y doy la vuelta al aire, mientras contemplamos a los pájaros. Sé que es una estrategia momentánea, con fecha de caducidad pero en este tiempo no se me ocurre que otra cosa mejor hacer.

Sigue siendo tiempo de vida. Y mañana será otro día.







11/2/09

Teoría King Kong

Es posible que su autora, Virginia Despentes, escritora francesa, antigua punk, antigua prostituta, antigua directora de película porno (sólo una: Fóllame), es posible digo, y sólo posible, que resulte demasiado directa, demasiado franca y batalladora para éstos tiempos nuestros. Es también posible que su lenguaje ofenda, o que sus conclusiones sean aún más ofensivas para hombres - pero sobre todo mujeres, ya veremos- asentados en esta nebulosa de revolución femenina que pudiera parecer tal pero que hace tiempo se reveló como lo que realmente es: el mismo discurso dominante de siempre pero maquillado en derechos, que hace de nosotros seres adormecidos, convencidos de haber conseguido todas las prebendas necesarias del primer mundo y encima no se me queje. Los mismos parias de la sociedad, sin género, pero complacidos de sentirse alguien por tener alguna protección y consumir sin tino. Sólo que si eres mujer el engaño es aún más sangrante, doble dominación.

Pasen, pasen y vean y luego hablamos…

Porque el ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y las tareas del colegio, buen ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, aparte del hecho de que parece romperse la crisma por poca cosa, nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista.

Después de unos años de buena, leal y sincera investigación he acabado llegando a esta conclusión: la feminidad, puta hipocresía. El arte de ser servil. Podemos llamarlo seducción y hacer de ello un asunto de glamour. En general se trata simplemente de acostumbrarse a comportarse como alguien inferior. Entrar en la habitación, mirar a ver si hay hombres, querer gustarles. No hablar demasiado alto. No expresarse en tono categórico. No sentarse con las piernas abiertas. No expresarse en un tono autoritario. No hablar de dinero., No querer tomar el poder. No querer ocupar un puesto de autoridad. No buscar el prestigio. No reírse demasiado fuerte. No ser demasiado graciosa. Gustar a los hombres es un arte complicado que exige que borremos todo aquello que tiene que ver con el dominio de la potencia. Charlar es femenino. Todo lo que no deja huella, que se vuelve a hacer cada día, que no lleva nombre. Las pequeñas cosas, las monadas. Pero beber: viril. Tener amigos: viril. Ganar mucha pasta: viril. Querer follar con mucha gente: viril. Responder con brutalidad a algo que te amenaza: viril. Hacer el payaso: viril. Llevar ropa práctica: viril. Todas las cosas divertidas son viriles, todo lo que te hace ganar terreno es viril.

¿Querer ser un hombre? No me interesa el pene, ni la barba, ni la testosterona, yo tengo todo el coraje y la agresividad que necesito. Pero claro que quiero todo lo que no puedo tener, quiero obtener más de lo que me prometieron al principio. No quiero que me cierren la boca. No quiero que me digan lo que tengo que hacer. No quiero que me abran la piel para hincharme los pechos. No quiero tener un cuerpo de adolescente al llegar a los 40. No quiero huir del conflicto para esconder mi fuerza y evitar perder mi feminidad.
Qué maravilloso es ser mujer: joven, delgada y con posibilidad de gustarle a los hombres. Si no, no hay nada maravilloso en ello. Es simplemente el doble de alienante.

Pero también escribo para los hombres que no tienen ganas de proteger, para los que querrían hacerlo pero no saben cómo, los que no saben pelearse, los que lloran con facilidad, los que no son ambiciosos, ni competitivos, los que no la tienen grande, ni son agresivos, los que tienen miedo, los que son tímidos, vulnerables, los que prefieren ocuparse de la casa que ir a trabajar, los que son delicados, calvos, demasiado pobres como para gustar, los que tienen ganas de que les den por el culo, los que no quieren que nadie cuente con ellos, los que tienen miedo por la noche cuando están solos.

Si algo hemos aprendido, deberíamos al menos, es a reconocer que casi todos -habrá quien se encuentre satisfecho con las cosas tal como son, no digo yo que no, aunque el discurso de ese tipo de personas me aburra hasta la saciedad- estamos ceñidos a un traje que nos provoca escoceduras. Pero el problema no somos nosotros, es el diseño y su (in)utilidad. Encima no nos sintamos culpables, vuelvo a decir yo.

5/2/09

Miradas

Se cruzaron en poco tiempo, persiguiéndose uno al otro, me pareció, y sus imágenes con ellos. Una forma de entender la fotografía como documento vital, causando esa emoción que supone mirar la autenticidad de una historia, un instante - autenticidad que no es del todo cierta porque viene viciada por la mirada de otros ojos: los del propio fotógrafo y la intención que pone en ella- pero que te hace apretar el estómago cuando estás delante de la imagen, pensando que se trata de tu propia mirada y no hubieras caído en la cuenta. Hablábamos J. y yo que en fotografía la emoción que produce la belleza, así, sin más, se sostiene en ella misma, en arquetipos por todos reconocibles que mueven nuestra mirada domesticada hacia una concreta sensibilidad pero que lo asombroso es captar la belleza donde no la hay, ni puede haberla a simple vista, en aquello que nos parte, un estremecimiento de soledad o miedo, la imagen sin artificios, sin cohetes que explotar: intensidad que atraviesa el cristal y llega. O una pequeña narración captada en un momento. Tal vez sea eso, me gustan las narraciones y en fotografía me interesan también ellas, imágenes que cuentan una historia o que me permite pararme y contármela yo. Ya sé que debéis saberlo, la prueba está en las fotos que ilustran este blog.

En mis fotos se ve exclusivamente lo que hay. Es posible que eso descorazone a mucha gente. García Alix.


Primero fue una mañana de domingo en el Reina Sofía, acompañados del gusto perezoso que estira las horas de ese día. Para encontrarnos allí con el mundo de García-Alix, un mundo no siempre agradable de pararse a contemplar, triste, brutal en ocasiones, con la ternura de manos callosas que pone en algunos retratos, de autorretratos que expresan la soledad de un tipo a la que nadie desearía enfrentarse de estar en su sano juicio y mucho menos detenerla en el tiempo con una imagen, otras divertidas, con un halo de ironía, provocadoras sin más algunas pero todas con una historia que evocar al estar delante de ellas. Mucho se ha hablado de su condición de "fotógrafo de la Movida" pero como cualquier otra etiqueta, tan vacía de contenido y absurda que ni merece la pena pararse en ella, su talento hubiera brillado en cualquier época. Porque García- Alix retrata su vida, su momento, sin pudor, buscando aquello que le permite contarse, esto es lo que hay, tú verás y esa ha sido una actitud que siempre he respetado, la falta de contemplación y adulación hacia el que mira. Una actitud valiente en el artista, eso creo. Luego llegó la noche de Reyes y J., a modo de rey mago, puso bajo el ficus el libro Moriremos mirando. Disfruté leyendo de las alucinaciones vitales de García-Alix, visiones extremas con el mismo mensaje: ya ves, no me disculpo, tampoco me quejo. Y una buena escritura, reflexiva, poética en ocasiones. Aunque los capítulos en los que hablaba de su pasión por las motos me los salté alegremente.



Lo que expreso incesantemente desprende una pureza, una simplicidad, una inmediatez, una claridad que se obtiene por la ausencia de pretensión al arte. Es una conciencia aguda del mundo.
Walker Evans.

En ese libro hablaba de Walker Evans con admiración y pasión hacia su trabajo, el deseo de seguir mirando gracias a él, y al poco una exposición de este autor en Madrid, unas cien fotografías. Otro domingo mañanero, aún más frío que el anterior. No nos decepcionó, la misma emoción, desnudos los ojos que nos miraban a su vez desde las imágenes, ásperas y palpables. Gentes de la Habana, de New York, de la América rural y abandonada de los años treinta, la desesperación y pobreza del gran crack, instantáneas tomadas en el metro, caras, expresiones, luz... tantas historias por contarme, por imaginar y el estómago y sus nudos al pararme en ellas.

Pasará un tiempo hasta que desee volver a alguna exposición fotográfica, aún tengo las retinas y mis bolsillos llenos con sus formas de mirar.


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