El egoísmo de las islas

Soy un suceso. No tengo otra silueta que el cambio.

Val de Omar.

Vale, y ahora que los días no se suceden con usura y el prestamista de las horas me concede todo el crédito que le pido sólo por mostrar un hombro y mañana es hoy pero mejor una madrugada de domingo dejando pasar los minutos como regueros de hojas que corretean por los pies, y hasta el Gingo de la pared coquetea con la luz demorándose en su reflejo, ventajas de ser grabado y provenir de una placa de cobre, sin dueño y con réplica, y nunca mi mirada fue tan incitadora por encima de las gafas que como cuando te miro, guerrero mirar, dices, no me mires así pero me gusta, disfruto haciéndolo y que luego te surjan versos y aliento de entre las letras y esos ojos verdes, no, verdes no son, ¿sí?, sonriendo como críos que persiguen maíz ¿o eran gatos erizados allí, justo en la esquina del azar? y otras son perversos como dunas al llegar del frío, embebiendo sus poros al calor, pero no sabría con cuál de las dos miradas quedarme, ¿debería elegir? Y mientras las bandas sonoras amontonándose y no hay averías ni redención pero sí el azúcar en los labios de Yacoub, ¿me la traduces? Sí, los labios también.

Vale, ganas me dan de hacer un pacto con el tiempo, a pesar del poco respeto que siempre me inspiró su tiranía, la prueba de que transcurre a mi favor de vez en cuando. Caminar por esta isla, destilados los segundos en alambiques de arena, a cambio de mi hospitalidad hacia su paso.