Ángulos

Hay que tener un ánimo determinado para escribir aunque yo nunca sepa cuál, a veces imagino que es como una línea recta entre la mano y los ojos y otras, sin embargo, me parece sinuosa, un ángulo atravesado al mirar y luego contar. Cualquiera sabe. El caso es que pensaba hablar de las elecciones y de mi cabreo, me hago cruces - más bien aspas porque las cruces no son lo mío- si pienso que algo más de diez millones votan a la derecha, a la nuestra, tan de la tierra como el jamón serrano y el vino de pitarra y ya, así es la democracia y como buen demócrata debería estar contenta por este acto de supuesto civismo y decir que sí, que qué bonito y todas esas cosas pero no, también cuestión de ánimo, hay veces que ganas me dan de pasarme la democracia por el forro. Como por ejemplo cuando alguien me hace caer en la cuenta de que mi voto vale menos que el de otros por eso llamado proporcionalidad electoral y es que votar a IU tampoco trae cuenta y eso que lo hice tapándome la nariz -siguiendo el consejo de mi amigo Cronopio- pero se ve que votar y asfixiarse un poquito también va todo junto. Pero claro, diez millones son muchos y ahora puedo mirar con suspicacia a mis amigos, no, a esos no, pero sí al menos en el tren o en el metro, en los restaurantes… sentirse rodeada es fácil, la paranoia es libre -me digo. Por otro lado se me ocurrió escribir sobre la sonrisa que se me pintó en la cara al leer que en Brasil no dejaron entrar a algunos de mis compatriotas, un acto simbólico -lo sé- sin mayor trascendencia pero a veces me conformo con ellos y soy consciente de que es una putada para el viajero que se ve envuelto en todo este lío pero entonces pienso que es como cuando un pájaro te caga encima, tampoco va dirigido contra ti, no en concreto, es como si te tomara en representación de la humanidad y así. Que están bien los actos simbólicos de vez en cuando porque hacen aparecer a la justicia poética aunque entienda poco de la primera por falta de práctica al conseguir verla en estado puro y poco más de la segunda, más allá de su propia inutilidad. Pero me gustan, ajá. Y ahora sin más preámbulo el ángulo se me va a una tarde concreta -se le ve inquieto hoy al ángulo, puñetero en sus saltos sin red- y me veo atravesando Plaza España camino del cine. Malos tiempos aquellos -me digo otra vez. Recuerdo los edificios tristes, las ventanas más atribuladas aún y si me paraba a contemplar las aceras sólo era capaz de apreciar ese adoquín irregular, fuera de sitio, capaz de hacerme tropezar. La tristeza es así, recuerdo, si te ocupa tanto por dentro puede necesitar una válvula de escape y rebasar por los ojos convirtiendo en triste también aquello que refleja, calzando de polvo y vistazos mohosos la mirada. Y esa tarde vi Hierro 3 y recuerdo - otra vez, ya- el deseo que sentí, un deseo que colmaba más que la tristeza y su insistencia, de que mi vida, esa puta de carmín corrido por aquellos días, cayera sobre mí con extremidades de libélula y todo volviera a la levedad y desaparecieran las patas de elefante caminando como si tal cosa sobre mí.

Y sé que el ángulo, aunque desconcertante, está jugando a traerme su imagen porque llevo dos días escuchando Astres de Llach. Porque me gustaría hacerle saber que sí, que sin entender cómo he descubierto vuelos rasantes de coleópteros y me hacen cosquillas cada día, que hay un haiku andante acampado en mis esquinas y que el barro ya no anida en ellas. Y entre medias desmenuzar el día a día una mañana de domingo cualquiera tras las elecciones, tomando unos vinos, en Puerta Cerrada como hace cuatro años. Y analizarlo, reír con él.

Que tengo un ángulo naif. O así. Ah, y un haiku que habla de nieblas. Y que también consigo ver alas inesperadas en ella.

Sobre la arena

escritura de pájaros

memorias del viento.

Octavio Paz