De tópicos utópicos

Tengo el día gamberro, sí, con pocas ganas de ponerme espesita como acostumbro- ya, soy consciente- sentenciosa, contundente… hoy toca post sobre un tema tal vez pueril, no digo yo que no, habrá quién opine que soez, incorrecto para una señora de letras, una dama de las sílabas, una milady cortés y de lenguaje cuidado. Pero como suele suceder en una misma caben muchas y hoy saco a pasear a la descarada, la chica de barrio que saca la lengua con dedo enhiesto, a la mordaz y guasona a la que me gusta dejar respirar de vez en cuando por aquello de no asfixiarla entre diccionarios o temas espinosos y controvertidos, tan contestataria ella y preocupada por el mundo que le rodea. Esa que descanse por el momento, le daremos asueto.


Hoy hablaremos del tamaño. El otro día leí un texto de Cacho de Pan, disfruté con él como acostumbro, con su tono irónico y sonriente, y disfruté aún más con los comentarios. Es lo que suelen tener estos temas, a muchos sigue sacando la sonrisa escondida y vergonzosa y en cualquier caso levantan suceptibilidades y opiniones encontradas, más o menos divertidas y sin mayor trascendencia. Así que aquí me hallo, decidida a continuar con la serie del tamaño.

Crecí, como todos, al amparo de esa frase: el tamaño no importa. Poco a poco tuve edad para llegar a saber al tamaño de qué se referían y luego un poco más de edad para saber a qué importancia aludían. Por ejemplo, el tamaño no importa si se trata de hacer una buena tortilla de patatas. Pues no, ahí tiene usted razón. Tampoco para aprenderse la lista de los reyes godos o los emperadores romanos, ni siquiera para diferenciar una bóveda de cañón de otra de arista. Pues tampoco, eso es cierto. Claro que con el pasar de los años, calibrando tamaños y ante la insistencia de la frasecita en reuniones de confianza y de ambos sexos a una le dio por pensar. La sociedad que habitamos es eminentemente misógina en sus mensajes y tópicos, piensas, no digamos ya si se alude a ese tótem masculino por antonomasia que más que un apéndice pareciera un hermano gemelo al que otorgan pensamiento y acción propia. Y ahí es donde comienzas a desconfiar, no mucho pero un poco, para ser sincera, sí que lo haces. Además te sitúas en tu país -desconoces lo que sucederá en Groenlandia, pongamos por caso, y si existirá este dicho o uno similar- donde lees que la media se establece en unos catorce centímetros, y ya vas teniendo algo más de información donde asentar tu teoría. Catorce centímetros son dignos, no digo yo que no, pero TAMAÑO… tamaño no es, para qué engañarnos. Luego recuerdas que en los últimos años aquel oscurantismo que negaba la sexualidad femenina ha desaparecido lo suficiente como para poder hablar de orgasmos femeninos, loados sean ellos, pero también aprecias que si bien está permitido mencionarlos cuando se haga lo correcto es que estén relacionados con la afectividad. La mujer no desea, ama; la mujer no disfruta, siente en sus entrañas el amor cual pájaro de fuego amantísimo. Y aquí es donde terminas por recelar del todo al descubrir a tus compañeras de género como traidoras cuando te repiten aquello de: mejor una chiquita y juguetona. Mejor que qué y para qué, preguntas tú con ánimo inocente, y sólo sonríen.


Y con esa costumbre por concretar que te caracteriza, concluyes. No importa en el sexo y en el goce femenino, para eso se idearon el sexo oral y la masturbación en pareja; no importa en el momento de la atracción, no conozco mujer cuyos ojos se dirijan al vulgar y eufemísticamente llamado paquete para sentirse deslumbrada por un hombre, en mi caso bastan la inteligencia y la capacidad de hacerme reír, por poner un caso. Pero señores y señoras mías, si hablamos de penetración, que, curiosamente, según encuestas es la modalidad preferida y más practicada por nuestro amigo el género masculino, y volvemos a relacionarlo con el goce femenino me van a permitir advertirles de su error: el tamaño SÍ importa, pero no un poquito, no, importa y mucho. Una cuestión que relaciona la energía del rozamiento con la muscular, pura fisiología, no vas más allá.


Hasta aquí el derrumbe de un mensaje erróneo y corporativista. Mujeres, liberad vuestras cadenas y la próxima vez que un señor os salga con el susodicho mensaje permitios, al menos, el lujo de decirle: sí, mi amor, con sonrisa ladina y escéptica.


Es que siempre me molestaron las inexactitudes… ¡qué le voy a hacer!