El limo

Vente, me dices, he cambiado de piso, ¿la tercera vez desde la última ex? y me ofreces a Garcilaso y el río Tajo y a Dafne ya los brazos le crecían, se convertirían en ramas, si se trata de mí en juncos, flexibles, para no romperse en el vaivén de nuestra vida en común sin que lo fuera nunca. Común que palabra más idiota, inexacta para referirse a más de una persona. Sí, ahora que atravesamos una etapa misógina, dices, siempre encuentras palabra para cada objeto, sólo que las mías suelen ser más consecuentes que las tuyas y ahí nos encontramos, a pesar de eso. Y luego será el hachís suave que apenas lo aguanto, no lo cargues, y Lhasa cantando y a mí la guardia pretoriana porque en ese momento ya no querré separarme de tus labios y tu saliva es la savia, todos huimos de las flores del mal, de nuevo las bandas sonoras, múltiples y cambiantes por momento, por persona, pero se ve que las flores del mal contigo despiden olor a vida y no hay sonrisa terrible que las quiera evitar. Y da igual que te hable de la posibilidad de que Marco Polo regrese pronto y mis ganas de que lo haga, sus haikus en mi piel y porque sus manos son plumas de nuevo el azar al rojo vivo, pero vuelven tus labios a trazarlo y me susurras que hace unos años no estaba y ya era tu boca quien lo intuía y no puedo negarlo y murmuras que son nuestras cicatrices en la batalla, nunca sabré de que batalla hablas, contigo siempre lo son, deliciosas pero batallas, casi siempre literarias por irreales y me sorprende que sigas asignándote un papel que nunca fue el tuyo, un poder que sólo yo te puedo conceder, a veces pienso que de ahí te llega precisamente, de no dudarlo. Pero decido olvidar las contiendas belicosas y enredarme en tu cuerpo y te sigue molestando mi iniciativa, te descoloca, en tu mundo de mujeres lustrosas que anhelan marido no existe nada parecido, nada como mis palabras que no te otorgan concesiones ni ante la evidencia del deseo. Siempre estuve en tu vida por eso, porque después de tantos años no logras atrapar la incertidumbre de no comprender que hay en mí que te atrae, no entiendes el verbo amar te dije una vez y me miraste ofendido y sé que seguirás sin poder entenderlo, mío eres, mía soy, nuestros somos y los periquitos ya me daban grima cuando era una niña, nunca alcancé su costumbre de imaginar que volaban al estar enjaulados. Abre el puño, vida mía, y deja que mi lengua tanteé el rastro o cubra tus ojos con el pañuelo de seda, nunca los tuviste más abiertos que al estar conmigo, incluso ahora, pero no puedes soportar tanto desierto. Te enseñaron a desconfiar de los espacios abiertos y crudos como la sed y aunque te hable del desierto que todos llevamos dentro sé que elegirás el espejismo que te calme. Y preferirás pensar que miento.

Es el calor que despide tu aliento al caer sobre mi cuerpo quien me hace olvidarlo a mí.

“Las trampas, las imágenes perdidas, los espejismos, son accidentes en los márgenes del camino. La auténtica travesía del desierto son las preguntas” Argullol.