A la carga mis valientes

Últimamente ando dando vueltas a una cosa, malo, lo sé, cuando me pongo... Es curioso como hay ciertos temas intocables y otros que hay que tocar de refilón, con cuidado, please, que me pisas. Es pongamos por caso el adicto a la lectura de bet sellers. No, si yo respetarlo lo respeto pero no como lector, nos tomamos una cañitas, me cuentas, te cuento la vida pero por favor nunca se te ocurra regalarme un libro, pues eso. No sé si desde la caída del muro o antes, desde la Segunda Guerra Mundial con tanto chanchullo que si Stalin y Truman dándose la manita y Churchill con su puro ahumando en concordia a todos que luego ya se vió que no porque llegó el frio con su guerra y habrá sociólogos que sitúen mejor que yo aunque también se líen, desde entonces se fue produciendo un miedo cerval a posicionarse y se extendió una especie de magma de tolerancia distorsionada, que yo llamo tibieza y laxitud mental, en la que nadie debe molestar al prójimo con sus opiniones y está muy mal visto que usted se defina como tal o cual cosa, ¡uff, qué miedo! Esta tolerancia, me vais a perdonar, a mí no me parece otra cosa salvo hipocresía y en la mayor parte de los casos, lo he comprobado, ¡palabrita!, falta de criterio. No se trata tanto de no molestar y respetar al otro, se trata más bien de ideas poco fundadas, poco meditadas y mejor no me defino que a ver como lo defiendo. Me hace gracia porque la palabra que más oigo en referencia a mí es radical, bueno, luego está el es que tú te comes mucho el coco y ambas significan siempre lo mismo: mejor te callas, Marga. Y claro, callarme me cuesta porque más me costó llegar aquí y forjarme ideas sobre las ideas: horas de discusiones con mis mayores, mis iguales, mis más jóvenes ahora, lecturas y contra-lecturas, dudas, opiniones contrastadas, más lecturas, más preguntas, menos respuestas, de nuevo lecturas, más debates, y lo que queda que esto no acaba, cada vez menos respuestas. Y cuando digo que soy atea o que soy de izquierdas a la izquierda o que no me gustan los imbéciles y tampoco los canallas os aseguro que lo digo con conocimiento de causa, el mío, soy consciente, no inamovible pero desde luego sí consistente hasta que alguien me convenza de lo contrario. Y para hacerlo bastarían argumentos fundamentados pero desde luego no ese respeto difuso que intenta hacernos a todos andar de puntillas por el mundo, con lo cansado que es y las agujetas que provoca. Sobre todo por lo inútil para nosotros mismos y por lo fácil. Sobre todo fácil. El problema sea, quizás, que pensar por uno mismo provoca más agujetas que practicar el respeto mal entendido. Y el criterio propio es conveniente trabajarlo desde la más tierna infancia, esa infancia que nuestros próceres han conseguido extender a todas las etapas de nuestra vida. Para gobernar y mantener un sistema que se cae a trozos es más sencillo hacerlo en el patio de un colegio que en un ágora. Basta con repartir piruletas y hacer callar.

En un tiempo hubo quien decididó luchar contra la ignorancia, la superstición, ahora sólo les quedaría hacerlo contra el silencio y el asentimiento de cabezas, más complicado porque se difumina con facilidad. O Séneca se acabaría suicidando a mordiscos en sus venas de pura desesperación. ¡Pobres!