Monserga de la mujer que canta

Llevaba dos semanas escuchando el mismo disco, Astrud Gilberto. Me molesta ser monotemática pero no siempre hay ganas de dar saltos al aire y hacer piruetas, nos instalamos en un cómodo reflujo que tiene mucho más de pantano con arenas movedizas que de cuerdas flojas o trapecios donde danzar, y sus canciones daban la nota del regodeo. Son épocas.

Hoy llevo toda la mañana escuchando el nuevo disco de la Mala. Sus letras son descarnadas, sin eufemismos, "llama al pan, pan y al vino, vino" que me decían de pequeña dada mi tendencia a circunloquios para evitar enfrentarme a la crítica ajena, al dejar abierta la puerta de la ambigüedad, el sí pero no con el que nunca me pillaban. Sigo practicándolo, hay vicios, recursos, diíficiles de cambiar pero sé que son tramposos y por eso me gustan las personas que no tienen miedo a escupir palabras, pon la directa y habla. Algunos amigos, que de todos tengo, los que van por la vida levitando ayudados por el tutú de las páginas en blanco, sin mancharse con aquello que no sean palabras, los autocomplacientes que siguen pensando, porque nunca dejaron de pensarlo, que la literatura es vida y confunden los signos con las señales, y la sensibilidad con la suficiencia del dato aprendido, y mira cuántos vocablos nuevos soy capaz de escribir en dos líneas sin despeinarme y da igual lo vacío que resulto si escarbas pero qué manejo de nuestro ídolo semántico... pues esos estos días pondrán cara de aristócratas arrugando la nariz cada vez que me escuchen tararear un estribillo. Y volveré a escuchar eso de adolescente trasnochada y chabacana, la que nada y guarda la ropa entre la pedantería que me atribuyen por espejo y la simple que en cuanto puedo dejo escapar. Hay veces que lo obvio, cuando se elige no mirar, se convierte en lo desconocido. Y las letras de la Mala son sencillamente obvias.

Estos días sólo veré a mis amigos de vísceras, los que tienen por costumbre pisar la vida, ¿o era la vida la que los pisaba? Da igual, yo sigo disfrutando como una cria con el ritmo que sale del compacto, el que me recuerda que mi ombligo es demasiado pequeño para seguir dándole vueltas y que ya van demasiadas. Lo mismo ni veo a nadie.

canto como un animal en vez

de arrodillarme...

Juan Gelman