Insectario

Hay días en los que precisaría ser prostituta japonesa. ¿Por qué japonesa? preguntarías. No sé, te contestaría. Por literatura mal entendida, probablemente, o porque te reías de mis pies pequeños cuando yo los escondía o por los días que parecían fotogramas de una película oriental, una laguna tranquila donde las aguas sólo se movían para humedecer mi sexo, o pies de libélula caminando tras de mí, a veces tras de ti si íbamos juntos y otras se posaban en la piel pero no te dabas cuenta por su peso y nada que ver con mastodontes porque tenías el don de la seda milenaria en los labios y en el acento, Marco Polo. Y yo imaginaba deletrear haikús en tu cuerpo, hacía tiempo que afuera todo era convulso y como cansa el miedo y los aludes que llegan sin alaridos pero ahogando gargantas por tragar saliva a destiempo. Y en aquellas tardes de tejados negros la saliva no se atoraba, transitaba entre pieles y el deshielo ha llegado arrastrando la grava y el único fetiche que preciso eres tú, pensaba. Tal vez una pluma para luego caer en la cuenta de que la lengua puede delinear igual y en ese momento era la tuya haciendo zigzag sobre mi tatuaje, - ¿por qué esta palabra y no otra? - No sé, me gusta el inicio y el final del alfabeto, esta palabra contiene a ambos y existía otra razón pero no era momento de razones, nadie querría perderse entre palabras cuando se puede hacer en otros huesos que crujen felices y mi aliento ha dejado de ser mío. Y ya todo es limo que se esparce por el suelo y llega hasta nosotros oliendo a melocotón.

Olvidé a Marco Polo cuando partió y luego llegaron los Unos. Los nuevos hábitos empujan y es mejor no quedarse detenida, es preferible el saqueo. Pero ellos lograron que una puta de Montera tomara todos los cuerpos, mi cuerpo, y que aquí en esta llanura, las libélulas, de encontrarse, vuelen disecadas.

Desde entonces las avispas revolotean en cada boca de metro y al menos de momento nadie parece darse por enterado.

Anegados en este comienzo de siglo.

Nos dejamos arrastrar por la corriente.

Como a un tronco flotando en medio de la inundación

te sujetas a mí para no hundirte.

He perdido la cuenta de cuántos, de cuántas.

Me ha entrado agua en la memoria y se lo está llevando todo.

Miriam Reyes