Abracadabra

Me gustan tus ojos azules, no por azules, que lo son, por contraste con los otros en los que me he mirado, imagino, por su color agua que parecen querer envolver las horas y no ahogarlas. Y porque no te sorprendes si te hablo de Houdini, si te cuento que desde hace tiempo me he perdido entre chisteras de las que inevitablemente salían conejos pero nunca eran blancos, siempre un tono parduzco y alguna pata les faltaba, o un bigote, o un ojo bizqueaba y yo sabía que esa era la señal, que luego acabarían por convertirse en palomas dejando todo perdido de excrementos y plumas ásperas. Y porque las palomas no me gustan, por eso, y después yo sería el escapista que intentaba no ahogarse en cuencos de agua con las manos enlazadas a un candado. Pero seguía buscando chisteras y a veces eran cajas chinas que me cortaban en dos y luego olvidaban unir mis pedazos y un año me pasé buscándome los pies cada día y era incómodo y me sentía triste porque no podía estrenar cordones, ni siquiera de colores que eran mis preferidos; también los malabaristas e incluso un zancudo que me bajó gotas de lluvia de una farola para curarme un orzuelo y que me susurraba versos surrealistas al oído desde el otro lado del cristal porque vivo en un segundo y sus zancos de domingo se lo permitían. Me enamoré de él, claro, no pude resistirme a que velara mis sueños desde tan alto y que pintara los arcos del techo sin apenas esfuerzo. Y luego llegarían los voladores de cometas, algo más tarde, pero me aburría viendo pasar el viento entre sus cuerdas y nunca era yo quien planeaba, sólo ese trasto y entonces de nuevo la tristeza porque los ojos se me llenaban de arena con tanto aire y si lloraba se me hacían charcos en la cara y además está la nariz y ya no podía respirar.

No, no te sorprendes mientras te hablo y me interrumpes cuando ves que mis ojos comienzan a parecerse a un tapete de raso, todo brillo, y en ese momento tus dedos sacan de mi pelo un barco de papel con sus cañones y su proa, también un grumete con gorra que me hace gracia. Y no me ves pero cruzo los pies bajo la mesa y pido que la papiroflexia sea un arte más resistente y prometo resguardarlo de las lluvias indecisas y los aludes que se quedan sin palabras. Tras de ti vendría el turno de los lanzadores de cuchillo y no puedo evitar pensar que a todos nos tiembla el pulso alguna vez.