Sin letanías

Es su turno, cuatro horas, largas y extranjeras de sí mismas, por delante. Cuatro horas que rotan sucesivamente entre todos, de estancia hospitalaria velando su adormecimiento porque los nuestros nunca mueren solos, la saga de El Padrino y sus secuelas, ¿o será John Ford?, aunque en ella entre idas y venidas, y ese imán que supone el miedo que le impide estar fuera porque ¡total! el pensamiento siempre está allí , supongan muchas más. En la mesita se encuentra el libro: La mente del Emperador, un tratado matemático ininteligible al que sin embargo está cogiendo cariño. Con apenas quince años y cuando a pesar de las expectativas de todos decidió estudiar letras vió en su mirada el desencanto, ella con su facilidad para la abstracción y las matemáticas estaba desperdiciando su potencial, y esa mirada áun vagaba en algún lugar de su historia. Fueron muchas más las que con el tiempo provocó en él, hermano mayor con trazas de ídolo y pies de barro, ¿quién no?, y de alguna forma sabe que al leersélo en voz alta intenta tranquilizar la conciencia, ese pepito grillo desquiciado y absurdo que supone el peso de las decisiones propias: la decepción de los demás. Sin embargo se dice que no, que la razón es que cuando él despierta de ese letargo de tortuga feliz, ella quiere pensar que es así, no, necesita pensarlo, la necesidad no da opciones, no se puede elegir y eso la asfixia mucho más que ese maldito olor a suero paseando por su venas, cuando él se despierta cree ver en esa mirada desenfocada y perdida un atisbo de risa, de la lejana ironía y arrogancia que tan bien se le daba practicar con ella, la pequeñaja impresionable que poco a poco fue dejando de serlo. ¿Y si ese fue su peso? las armas que le iba dando eran las mismas que se volverían contra él, al ponerle en la brecha de la crítica. La mente humana es así de extraña, de contradictoria y quebradiza en su sin sentido. Se sienta y comienza a leer, los párrafos se deslizan por sus ojos, su voz suena alta y tranquila, tan contraria a como se siente. Es posible que él no la oiga, quiere, necesita, de nuevo la necesidad, sólo existe necesidad esos días, pensar que sí, que todas esas teorías sobre números y ecuaciones le tranquilicen, le diviertan y supongan un esfuerzo de concentración, el mismo que a ella le falta, porque mientras lee su cabeza va demasiado lejos, a otros años, o allá fuera, paseando descuidada, con pequeños problemas, los de siempre, de esos que al hablar con otros, al tomar algo acompañada desaparecen aunque sea por un rato, porque esto no, esto es la realidad y la realidad se queda adherida a los labios, a la nariz, la paladeas, la respiras y no concede tregua, su espesor no permite dejarla de lado. Y ya no piensas, no hablas, ni siquiera ries fuera de ella, una tinta densa y negra que no hace agujeros al soplar. Y se le escapa un “puta realidad” en voz alta y se da cuenta porque él ha abierto los ojos y durante un segundo le parece ver un gesto de comprensión en su rostro, esa máscara que quiere, necesita, llamar rostro.

Huye del pensamiento mágico, sólo busca tu sumisión, él decía. Otra traición que ella no podrá evitar, ya la última.

Él, que lo sabe todo,

sabe que estando solos

sin Dioses que nos miren

trabajamos mejor.

León Felipe