Nidos de ciudad

Hay rincones en los que habita la vida, en los que sin saber muy bien de qué forma fuimos entretejiendo los pasos. Podemos vernos desde ese rincón en cualquier época, en un enredo de gestos al ritmo del tiempo. Es una esquina secreta donde la memoria forma pliegues y dibuja peces de colores o bivalvos ceñidos a la roca en forma de acera. Leo que esta semana volverá a estar abierto a la ciudad y a mí: la Cuesta de Moyano. Y como en un juego infantil, morboso e innecesario, al tener quince años se pensaba en el deseo de esparcir allí sus cenizas, que vuelen y se entremezclen con las páginas de los libros, que lleguen hasta el Retiro, se fundan en el asfalto o se peguen a los labios de los transeúntes y a ser posible en la piel de aquella cría que como yo descubría los instantes calle arriba, entre libros de viejo, de ocasión, el olor a papel enmohecido, la emoción de encontrar el libro buscado y esa vez sí tener dinero porque te has colado en el tren huyendo del revisor y te alcanza para comprarlo. Y poder caminar con ella, fundida a los días y a las lluvias sin antifaz, enfadada porque era de ley estarlo si vas creciendo pero a la mínina se trucaba en una sonrisa y bastaba llegar allí y poner el pie en la primera caseta para olvidar el peso de esas claves que aún no entendías. O luego caminar contigo mostrándonos en cada parada las hojas secas y un puñado de palabras escritas y el temblor de la risa tonta al saber que la siguiente frontera acabaría en un refugio del parque tumbados sobre la yerba o en El Diamante, bocadillo de tortilla con mahonesa para dos. Y algo más tarde el entusiasmo fuera ya una rareza pero aún quedaba la caseta de Hiperión y luego contigo, otros contigo, prescindir de los tenderetes sin toldos pero tarda la vida y aún quedan por llegar los reinos saqueados. Y es posible que vayas menos, ya no te detienes en los nombres, pero cada vez que lo haces buscas entre el tráfico tu rostro porque tenía trazas de rumor loco, cómplices de la magia que no turbaba la memoria.



Nada que ver, ayer en otro rincón de mi ciudad estuve viendo Marat-Sade, montado por esos locos de Animalario que la liaron, por qué pequeñas cosas se escandaliza esta provincia llamada país, en la entrega de los Goyas hace unos años. Unos locos interrogando, increpando en pos de la Revolución y sus contradicciones, la lucidez entre locura, el dolor y sus significados. Dos horas, largas, de mensajes no sé si imprescindibles, ¿acaso hay algo que lo sea? salvo para uno mismo. Yo me sentí bien, me gustó, de nuevo el cuestionamiento como ejercicio, sin celutitis a la que temer porque las adiposidades llevan siglos en el mismo sitio.

La humanidad a lo largo de siglos
nunca se ha planteado una pregunta
¿qué es el dolor? Y ello por cuanto
el enigma del dolor reenvía al acuciante
problema del otro, del prójimo
que está ahí mudamente ante nosotros,
y es probable que exista.

Leopoldo Mª Panero.