De espumas

Dice admitirlo, empieza a estar como las maracas de Machín. Hoy llega flamante al trabajo con su cazadora de charol morado, duduá duduá, no es que su estilo haya sido nunca muy discreto pero últimamente se le anda dando la vuelta, de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente. Así que ella, la otra, la que desde hace unos meses se piensa en crísis porque cuándo no es fiesta en los dos últimos siglos y si hasta los sueños se tornan realistas y el lavabo se encrespa con olas de tsunami y la nevera chirría y las pelusas se sienten congeladas o se entretienen jugando al póquer con los rodapiés, pues ella, la otra, se compra una cazadora sólo porque se tomó una cerveza con Pedro antes de entrar al Bershka y la efervescencia de la espuma siempre le produce ese efecto: el de hacer el idiota o el de ser ella misma pasándose las consignas por el forro que para el caso es lo mismo. Ella, la otra, la vió y recordó que tiene una foto con un chubasquero similar, con cuatro años y un rey mago. En la foto era de cuadritos grises y blancos pero eso da igual, el brillo es el mismo, con seguridad el de los ojos no. Pero el color , de nazareno con pluma que podría pasearse por el Día del Orgullo Gay sin cilicio, o con él si le pone el rollito masoca, también le recuerda que durante meses fue su tinte de cabecera allá por los años 80. Y se dice que las cosas no han debido cambiar mucho si se viste como si París fuera una fiesta aunque aquí no se pueda pasear por el Sena y Sartre ya no provoque naúseas pero a ella, la otra, le sigue gustando llevar la contraria y las fotos de Man Rae o Bresson y Hemingway cuando escribe cartas de amor a la Garbo, no cuando escribe cosas como el Viejo y el Mar que de testosterona quejica ya tuvo bastante. Y piensa en estuatas persas observando el devenir y por qué no ir en junio a París y que Alejandro y sus ojos verdísimos y su acentísimo convierta en ísimo todo, o al menos lo que se pueda, o lo que se deje poder. Y dando vueltas por el salón con su cazadora baila y tararea Los últimos de Filipinas, que no sabe por qué se le vienen a la cabeza, o sí, lo sabe, pero es mejor no decirlo en voz alta porque lo que no se dice no ha existido, ¿no era así? Yo te diré por qué mi canción te llama sin cesar...

Estás loca, deliras, le digo. A la otra. Y ella sonrie con su cazadora puesta y continúa bailando como si tal cosa.





Los vínculos que esperan los seres y las cosas para vivir...

Robert Bresson