Interferencias

No estancarse, alejar de sí la sensación que da la inmovilidad, de cuerpo ahogado, hinchado, flotando sin ganas y letanía de gravedad en ti. Elegiría ser un estornino, ¿puedo?, aleteo con calma de alas y no volar muy alto, ya sabemos del vértigo de las vallas si las miras de cerca atravesando pupilas a un ritmo endemoniado o del zumbido en los oídos de cientos de estorninos acompañándote en el vuelo. Abrumador. No hoy, no.

Cuando me hablas de cerca no percibo el sonido real de tu voz, parece rebotar su cadencia enredándose en el quicio de las puertas, para acabar con sabor a madera y al ácido punzante de bisagra, aunque si lo hicieras desde lejos llegaría el run run del fondo, como un abismo marino que partiera en dos las aguas. Sólo que no es agua, sino pantano y queda por descubrir si el limo aguantará mi peso. ¿Cuál es pues la distancia apropiada?

Todo para teminar deseando tentar la cáscara de las palabras, un orden nuevo en el que quemar su cobertizo, en llamas los borradores y sentirnos absorbidos sin signos figurados, proscritos de nuestro lenguaje, parias del sentimiento. Tenemos tiempo me dices, pero imagino pasear delante de ti con un corpiño mojado, adecuado a cada forma con el agua resbalando y en cada gota el entendimiento. Tenemos tiempo me dices y ahora prefiero pensar en la transpiración de tu cuerpo. Vociferando.

Fuese o no posible, escribía pero no hablaba. Tal es el silencio de la escritura.
Maurice Blanchot