Exploradores

Y de literatura búlgara ¿no sabes nada?, te digo. No me rechines con Proust o Breton, con esos ya me llevaron al catre hace lustros. Y contestas que trillada ando, probablemente hasta en búlgaro.

Él ya lo pensaba hace veinte años, alguno más, cuando la chica mala malota jugaba a seducir al niño bien de colegio de curas, hay imanes que no podemos evitar, o folletines. Un juego que volaba las horas en aquella universidad que terminó por ser una caja de fósforos mojados, con profesores a los que despreciaban en el color tiza de sus palabras; salvo al homo de Arte, de formas amaneradas mostrando diapositivas era el único capaz de hacerlos callar y dejar de practicar el más difícil todavía. Palabras como alfileres de colores con el único fin de avasallar al otro y dejarle con la boca abierta, uno a cero. El tiempo transcurre, y él que puede tiene que volar compuso la Mala Rodríguez, amontonando pelusas en los márgenes y ahora ella ya no se escandaliza ni a sí misma y el deseo, de ser transparente y risueño, pasó a ser esquinado y un día ya no estuvo. Las pieles acaban por consumir o darse la vuelta, allí donde más corre el aire. Y a ella dejaron de hacerle gracia las rayas sobre la mesa y llamarla merca con ese deje barriobajero que tanto le provocaba, mientras acariciaba su nariz y despejaba el polvillo blanco, aristócrata de salón rapé en mano con Patty Smith a los acordes. Y él no volvió a escribir nombres impronunciables en los antebrazos de ella o a esbozar cúpulas renacentistas en el aire mientras contemplaban el cielo. Pero continuar, eso sí, con el gusto por las praderas, las caricias de aliento, las llamadas intempestivas en crisis que se amotinan en las costillas, confidencias de humo líquido, a tumba abierta los errores cometidos, aprendidos a golpes o no. A veces basta que lleguen entre sueños de pinceles desgastados, suavemente.

- Andas críptica, me dices.
- Y tú capullo, te digo.
- El caso es andar, tarareas...

Cuando todo se vaya, cuando yo me haya ido

quedará esta mirada

que pidió, dio, sin tiempo.

Claudio Rodríguez