El vermut del estratega

Siempre fue igual, las estrategias nunca se me dieron bien. Es posible que por aburrimiento, eso de repensar una batalla con soldaditos de plomo y movimientos afines me llevaba mucho tiempo. Me chistan, me dicen que no, mientras nos tomamos unos vinos, que más bien es porque lo mío son las barricadas y su grito:¡ a las barricadas, coño ya! O los cócteles molotov dejándolos caer sobre el primero que se cruza en mi camino y después comprobar como va el impacto. Si respira le hago un huequito en mi montaña, si no... ¡pa las barranquillas se va! Se va el caimán, se va el caimán... y nunca saltaron lágrimas de cocodrilo mientras partían.
Digan lo que digan, y a pesar de que me conocen bien, sigo pensando que es por no perder tiempo. La gente requiere mucho esfuerzo, me gusta cuidarla, que me cuiden, y qué mejor que probar si merece la pena o no, así, no más de entrada. Siguen insistiendo, que si soy una bruta y una revienta pelotas, que si algún día me encontraré con la horma del zapato que me apriete y haga ampollas pero la cuestión es que hasta aquí nanay, no parece haberla, o sí, las encontré pero andan de mi lado, son justo el zapato del otro pie y vamos de paseo, ciempiés al sol. Incluso por temporadas me permito el lujo de intercambiarlos. O ellos a mí. Un putiferio de zapatero, eso es lo que tengo, pero nadie se queja.

Así que de momento nada de estrategias, seguiré sin trazar líneas que demarquen mi territorio, ni siquiera levantando la patita, basta con atacar por sorpresa y reconocer a los aliados en la respuesta.

Y hasta es posible que tenga alma de Escita porque nunca perseguiré a los Persas...