La niña del por qué (o la de los peines)

Es cierto, llevo demasiado tiempo sin publicar una de mis diatribas encendidas y subiditas de tono. Me lo comentaba un amigo y no había caído hasta ahora. Será el otoño que tiene la cualidad de atemperar mi carácter, ese que se indigna cada dos por tres y me hace discutir en cualquier bar rodeada de gambas y contertulios. Pero afortunadamente no he perdido esa cualidad y mi pasión sigue intacta, no hay formalidad que la matice ni madurez que la contenga... ¡cachis!

Y esta mañana leyendo a Benjamín Prado, columnista que me gusta más como poeta aunque tampoco en eso sea de mis elegidos, he sentido renacer mi viejo tic del por qué. Ya sé, esa etapa deberia estar superada desde aquellos lejanos cinco años pero yo nunca la superé del todo y así se me podía ver con un mohín y 20 años y un por qué pegado a él. Veinte años después el gesto ha desaparecido pero sigo rodeada de tantos porqués como antaño sólo que ahora las preguntas me las callo. Madurar no es más que crearse úlceras de silencio, me digo, qué le vamos a hacer. Y tras leerlo yo también me pregunto por qué este fin de semana tendré que refugiarme en cualquier otro lugar que no sea mi ciudad, por qué esos energúmenos vociferantes con una estética tan agresiva como su mensaje pasareán sus consignas por las calles, por qué existen unas autoridades que permiten manifestaciones de ese tipo aludiendo a la falta de incidentes como si las ideas no fueran de por sí un arma arrojadiza, por qué – y esto es una reflexión del columnista que lleva a la mía- aquí se considera terrorismo quemar una imagen de un Borbón cualquiera y no el pasear bajo calle a ese otro mequetrefe canijo y con mala leche de cuyo nombre mejor no acordarse por lejano. No nos confundamos, no es una cuestión de nostalgia mal entendida ni una revancha a destiempo, es la constatación de que esos grupos son peligrosos, una amenaza a la ya de por sí difícil convivencia e infunden miedo con su paso de la oca. O por qué en cualquier otro país con un pasado dictatorial se procura pasar de puntillas sobre él, cuanto menos, y aquí se les deja campar a sus anchas y con el beneplácito de la autoridad. Y todos nosotros tan calladitos sin querer ver como se entremezclan su ideario y ese otro tan reciente que es el odio al extranjero. Si hay algo que les caracteriza es su adaptación y enmascaramiento continuo aunque su ignorancia les delate pero ni siquiera eso ya parece importar demasiado. Porque ignorar y hacernos mirar hacia otro lado es algo que nos enseñaron a todos. Y pardiez que lo hicieron a conciencia.

Olvidamos, y mira que la historia se empeña en mostrarlo, que cada acto del pasado tiene su repercusión en un futuro y el acallamiento de toda una sociedad acaba por pasar factura. La concordia es otra cosa, otro concepto pero cuando uno no limpia bien la herida surge la pus tras la que pensábamos cerrada. Y aún así hay quien sigue convencido de que la cicatriz quedaría muy mona y apenas se notaría. Pero ya hace tiempo que al pasar la mano se advierte mas de un costurón.