Un pez sin ojos

Tengo entre las manos el último libro de Vila-Matas, Exploradores del abismo. Probablemente lo hubiera tenido de cualquier forma, ya he dicho en alguna ocasión que es uno de los pocos autores de ficción al que sigo el paso en eso que llaman publicaciones vivas en este país y que con mayor o menor gloria nunca me defrauda. Pero el título ya me sugería suficiente y más aún cuando leí que esta vez retornaba al género del cuento. Ni siquiera lo he hojeado aún porque de hacerlo dejaría de lado el que estoy leyendo y tampoco lo merece, Murakami no es de los peores aunque para mi gusto tampoco de los mejores. O será que tanto personaje asombroso que acaba pareciendo común gracias al empeño del autor termina por cansarme. Si puedo elegir prefiero los personajes en los que la extrañeza no se deba tanto a circunstancias externas y sí al curso de sus pensamientos. Debe ser que eso del destino me molesta por saturación mística.
Algo que nunca me ha sucedido con los personajes de Vila-Matas, podría haberse dado el caso pero no, sus personajes siempre me resultaban de carne y hueso y una perplejidad que provenía más de su forma de mirar el mundo que del mundo echándoseles encima. Puede parecer lo mismo pero no lo es. Contenido y continente o cómo enredar al lector.

En fin, a lo que iba, me gusta el título, me gusta el concepto de abismo por lo que tiene de literario, por lo que tiene de vital, ¿quién no ha sentido alguna vez la sensación de tener un pie balanceándose en el vacío mientras el resto del cuerpo se asentaba en tierra firme?, el vértigo que se supone opuesto al pozo o a la guarida pero que la mayor parte de las veces acaba por conducirte a ella. Y entonces el abismo es tierra firme de nuevo pero pantanosa. Tiene una naturaleza cambiante, seductora y muy semejante al azar, sólo que en lugar de tirar dados o cruzar dedos somos nosotros mismos quienes nos lanzamos. O no, el abismo puede permanecer sin parpadear al igual que nuestros pies sobre él, sin necesidad de saltar, una presencia callada y fascinante.

Voy practicando estos días, juegos de cartas levantando dólmenes con ellas y así conseguir entrenar al tahur torpe que siempre hubo en mí.

Si algo fallara leeré a Walser, recomendación de Vila-Matas, sentada y lamiendo un lápiz sobre mis dos piernas adormecidas, sin querer olfatear el aire que sin duda llegará desde la entrada a la cueva. Y hasta el próximo impulso.

Robert Walser amaba la vanidad, no la del éxito personal sino esa eterna exhibición de lo mínimo y lo fugaz. (Vila-Matas)